jueves, 2 de abril de 2009

Seguir adelante

Hola, Viejo. Así te he llamado siempre, por aquello que decía Bugs Bunny cuando lo veíamos de críos, cuando había tan poco de qué preocuparse y las tardes discurrían entre horas de clase y salir corriendo a las cinco y media y bocadillos mientras veíamos los dibujos en la tele. Tú también me has llamado siempre vieja a mí. Cómo cambian las cosas ¿eh? Cómo el mundo parece desmontarse y volver a hacerse de nuevo a nuestro alrededor, cómo parece que todo cambia casi tanto como nosotros mismos…

Ya ha pasado mucho tiempo desde que íbamos juntos al colegio, los años vuelan y casi todo desaparece aunque no queramos o desaparece porque nosotros queremos, pero nuestra amistad siempre ha aguantado a pesar de todo ¿eh? Casi puedo verte todavía cuando nuestras madres se presentaron y nos presentaron a nosotros, os habíais venido a vivir a nuestra escalera y eras nuevo. Decían que cuando creciéramos seríamos novios ¿recuerdas? Hace tanto tiempo… es gracioso pensar que todos podían estar tan equivocados. Al principio no me caías bien ¿lo sabías? Me parecías el niño más enclenque, aburrido y pesado del mundo, no me gustaba tener que enseñarte mi barrio, mi colegio y mi casa. Pero los niños a menudo no pueden decidir más allá de lo que les dicen sus padres, y tú te convertiste en mi carga y en mi castigo. Íbamos juntos al colegio cada mañana, pues ya teníamos edad suficiente para caminar el medio kilómetro que nos separaba del patio. Estábamos sentados muy cerca en clase, y al salir venías a merendar a mi casa, y veíamos juntos los dibujos hasta que tu madre volvía de trabajar. Tu madre siempre me trató muy bien, siempre me revolvía el pelo y me llamaba lunita. También recuerdo lo triste que te ponías cuando me veías abrazar a mi padre, aún recordabas al tuyo. Supongo que por eso, y porque parecías frágil y amable, porque me hacías reír imitando a nuestros profesores y compañeros, y eras un niño sensible y solo, y yo también estaba sola porque siempre lo había estado, empecé a quererte.

Viejo, un día, aunque no sé si te gustará recordarlo, estaba enferma y no pude ir a clase. Leía un tebeo en la cama cuando llegaste por la tarde y te abrió mi madre. Me levanté de un salto al oírla chillar un poco, y corrí hacia ti cuando vi sangre en tu cara. Eras un niño extraño y no lloraste aunque te habían dado una paliza, pero yo sí lloré, lloré y te abracé e intenté hacerte sentir bien porque ya me dolían tus heridas. Mi madre te curó y no dijiste palabra, y no supe hasta mucho después, aunque ya lo sospechaba, que te habían pegado los que te insultaban y se reían de tu manera de ser y de tus aficiones y tus modos callados. Eran unos cabrones y nada fue culpa tuya, me costó mucho hacer que lo entendieras porque siempre has tenido tendencia a cargar el mundo sobre tus hombros, ya desde niño. Así que cuando lo supe, cuando supe sus nombres porque los habías escupido entre lágrimas, pasé una noche sin dormir pensando en lo que iba a hacer. No pude hacer mucho, sólo era una niña, pero sí algo, y al menos no volvieron a pegarte y te dejaron en paz aunque se seguían escuchando risas a tu paso. Fueron días muy difíciles y te vi llorar muy poco, quizás porque se te habían secado las lágrimas llorando a tu padre perdido y muerto. Quizás para ti nada era tan grave como eso, y por eso eras algo reservado y callado y extraño, aunque no conmigo. No conmigo, ahí sí eras tú, el niño de pelo alborotado al que siempre recordaré sonriente o pensativo.

Los años pasaron y podías estar solo en casa cuando volvías del colegio, pero ya no podíamos vivir el uno sin el otro y pasábamos los días juntos, y hacíamos los deberes y planeábamos estudiar Biología cuando termináramos el instituto. ¿Te acuerdas del hámster que cuidábamos por turnos? César. Decías que si lo soltáramos sería un gran general y comandaría ejércitos de ratones en el parque. Siempre se te ocurrían cosas así y me hacías reír aunque estuviera triste. Con el tiempo yo también aprendí a reconocer tu tristeza, aunque se te notaba tan poco y siempre escondías el dolor entre bromas y evasivas. Fueron tardes y noches de estudiar física y matemáticas en mi casa o la tuya, o en la biblioteca, y siempre con litros de café. Pero el tiempo pasa de forma rápida y despiadada y pronto tuvimos que decir hasta la vista a nuestras calles de siempre, al barrio y al instituto.

No vivíamos muy lejos, yo en una residencia y tú en un piso compartido. Sin embargo, perdimos un poco el contacto fuera de clase porque todo era nuevo y bueno para nosotros, y había otra gente, y otros amigos, conocí un chico del que me enamoré perdidamente y por el cual lo hubiera dejado todo los dos primeros meses. Creo que tú también conociste a un chico, aunque nunca me hablabas de eso. Y un día, cuando estaba desesperada porque sentía que no podía sufrir más, y porque no confiaba en nadie más y quería morir, te llamé llorando. Dejaste todo lo que estabas haciendo y viniste a verme. Todo volvía a ser como siempre, supongo que eso sólo ocurre con los buenos amigos. Era como siempre pero esta vez yo te necesitaba más que tú a mí o eso creía, en realidad los dos nos necesitábamos mucho y siempre nos necesitaremos. Y así, después de un año volvimos a ser los de siempre, aunque a los chicos con los que salía no les hacía mucha gracia, por suerte ni a ti ni a mí nunca nos importaron mucho esas cosas. Supongo que alguna gente en la universidad creía que estábamos juntos, juntos de un modo diferente, pero quien nos conocía de verdad sabía que era imposible. De todos modos, ¿qué nos importaba lo que dijese nadie?

Estaba embarazada de mi pequeño cuando tu Andrés me llamó un día para tomar un café. Nunca me había llamado, nunca para hablar a solas y cuando supe por qué no pude retener las lágrimas. No pude evitar enfadarme y llorar, pero las lágrimas no duraron porque todavía estabas ahí, en algún lugar, aunque débil y enfermo. Andrés quiso decirme que aunque le tenías a él, me necesitabas mucho pero no querías que te viera así, no querías que yo supiese lo que estaba pasando. No podía hacer nada para defenderte de esto, no podía recurrir a nadie para librarte y esconderte del peligro esta vez. Y cuando te vi, ojeroso y como siempre haciendo bromas e intentando alegrar a todos, sentí que te había defraudado como nunca, que había cometido la peor de las traiciones dejando que algo tan horrible te ocurriese. Porque con los años a mí también se me contagió un poco de ti eso de tener la culpa de todo.

Hay personas que se arrepienten, cuando pasa algo así, de no haber dicho lo que tenían que decir, de no besar todo lo que hubieran deseado, de no amar todo lo que tenían que amar. Para nuestra suerte, no fue así en nuestro caso y esos meses que te faltaban nos reímos y besamos y hablamos todo lo que pudimos, aunque por desgracia no todo lo que necesitábamos. Y deseaba tanto que pudieses ver a mi bebé, al pequeño que se iba a llamar como tú, mi querido Viejo, pero no llegaste, tu cuerpo no aguantó bajo el peso de tubos y medicación y la enfermedad, y sólo tuve tiempo de verte ya tan callado, tan solemne y diferente a como eras. La última vez que te vi, ya no eras tú en absoluto, sino un cuerpo muerto que nada tenía que ver con mi amigo del alma, cuando te vi así creí que caería al suelo fulminada y no podría vivir sin ti, porque desde hacía muchos años eras una parte importante de mí misma. Pero no caí.

Diría que fue difícil si hubiese podido superarlo, pero no fue así. Nunca he superado perderte, porque sé que nunca más te escucharé reír, o contarme confidencias. Nunca me aconsejarás sobre mi matrimonio o sostendrás al pequeño Alex entre tus brazos. El mundo está un poco más vacío desde que te fuiste. Así que, como solíamos decir, esto es todo, viejo amigo. Por desgracia es todo lo que puedo decirte, y mi poca habilidad con las palabras no te hace justicia.

Nunca te olvidaré. Te quiero.





Esto es una especie de carta de amor, que escribí hace un tiempo para practicar con mis dedos y cerebro agarrotados de no escribir durante muchos años. Espero que os guste.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, destila sensibilidad y nostalgia, hasta lágrimas me has sacado! =) saludito.

    ResponderEliminar
  2. Bonita carta de amor y de amistad. Ese cerebro y esos dedos tienen muchas cosas buenas dentro, déjalas que salgan :)

    ResponderEliminar