martes, 3 de noviembre de 2009

Relato "Premium Harmony", de Stephen King - traducción

Relato publicado el 02 de noviembre de 2009 en New Yorker
Traducción por Sonia Rodríguez

Llevan casados diez años y durante mucho tiempo todo fue bien – fenomenal – pero ahora discuten. Ahora discuten mucho. Realmente siempre es la misma discusión. Tiene circularidad. Es, piensa Ray, como una carrera de perros. Cuando discuten, son como galgos persiguiendo al conejo mecánico. Pasas el mismo escenario una y otra vez, pero no lo ves. Ves el conejo.

Él cree que quizás sería diferente si hubieran tenido hijos, pero ella no podía quedarse embarazada. Finalmente hicieron las pruebas, y es lo que dijo el médico. Era problema de ella. Después de un año o así, le compró un perro, un Jack Russell al que ella llamó Biznezz. Lo deletreaba a las personas que preguntaban. Adora ese perro, pero ahora discuten igualmente.

Van a ir a Wall-Mart a por semillas de césped. Han decidido vender la casa – no pueden permitirse mantenerla – pero Mary dice que no seguirán adelante hasta que hagan algo con las tuberías y arreglen el césped. Dice que esos trozos sin césped hacen que parezca una casucha irlandesa. Es por la sequía. Ha sido un verano caluroso y no ha habido lluvias que digamos. Ray le dice que sus semillas de césped no crecerán sin lluvia, no importa cómo sean de buenas. Dice que deberían esperar.

- Entonces pasa otro año y seguimos aquí – dice ella-. No podemos esperar otro año, Ray. Estaremos en bancarrota.

Cuando habla ella, Biz la mira desde su lugar en el asiento trasero. A veces mira a Ray cuando habla Ray, pero no siempre. Casi siempre mira a Mary.

- ¿Qué piensas? – dice él-. ¿Que va a llover sólo para que no tengas que preocuparte por estar en bancarrota?

- Estamos juntos en esto, por si lo has olvidado –dice ella. Están conduciendo a través de Castle Rock. Está bastante muerto. Lo que Ray llama “la economía” ha desaparecido de esta parte de Maine. El Wal-Mart está en el otro lado de la ciudad, cerca del instituto donde Ray es portero. El Wal-Mart tiene su propio semáforo. La gente bromea sobre eso.

- Gastar a manos llenas y ahorrar en las nimiedades – dice él-. ¿Alguna vez has escuchado eso?

- Un millón de veces, de ti.

Él gruñe. Puede ver al perro en el espejo retrovisor, mirándola. En cierto modo odia el modo en que Biz hace eso. Se le ocurre que ninguno de ellos sabe de qué están hablando.

- Y para en el Quik-Pik – dice ella-. Quiero comprar una pelota de kickball para el cumpleaños de Tallie. – Tallie es la hija de su hermano. Ray supone que eso la convierte en su sobrina, aunque no está seguro de que eso sea correcto, dado que toda la sangre es del lado de Mary.

- Tienen pelotas en el Wal-Mart – dice Ray-. Y todo está más barato en Wally World.

- Las de Quik-Pik son violetas. El violeta es su color favorito. No puedo estar segura de que haya de color violeta en Wal-Mart.


Ilustración de Steve Powers

- Si no hay, pararemos en el Quik-Pik cuando volvamos –Siente un gran peso sobre su cabeza.

Ella se saldrá con la suya. Siempre hace las cosas así. A veces él cree que el matrimonio es como un partido de fútbol y él está haciendo de quarterback en el equipo que lleva las de perder. Tiene que elegir sus estrategias. Hacer pases cortos.

- Estaremos en el lado opuesto cuando volvamos – dice ella, como si estuvieran atrapados en un torrente de tráfico urbano en vez de rodando a través de una ciudad casi desierta donde la mayoría de los locales estaban en venta. – Entraré corriendo y cogeré la pelota y saldré corriendo.

Con noventa kilos, piensa Ray, tus días de correr se han terminado.

- Sólo son noventa y nueve centavos – dice ella-. No seas tan avaro.

No seas tan derrochona, piensa él, pero lo que dice es: - Cómprame un paquete de cigarrillos ahí dentro. Se me han terminado.

- Si lo dejaras, tendríamos cuarenta dólares más a la semana. Puede que más.

Él ahorra y le paga a un amigo de Carolina del Sur para que le envíe una docena de cartones a la vez. El cartón cuesta veinte dólares más barato en Carolina del Sur. Es mucho dinero, incluso en estos tiempos. No es como si no intentara ahorrar. Le ha contado esto antes, y lo volverá a hacer, pero ¿cuál es el tema? Le entra por una oreja y le sale por otra.

- Solía fumar dos paquetes al día – dice-. Ahora fumo menos de medio paquete. – En realidad, la mayor parte de los días fuma más. Ella lo sabe, y Ray sabe que ella lo sabe. Eso es el matrimonio cuando pasa el tiempo. El peso sobre su cabeza se hace un poco más grande. Además, puede ver a Biz mirándola. Él alimenta al maldito perro, y gana el dinero que paga la comida, pero es a ella a quien mira. Y se supone que los Jack Russell son listos.

Gira para entrar en el Quik-Pik.

- Deberías comprarlos en Indian Island si tienes que hacerlo – dice ella.

- No venden tabaco libre de impuestos en la reserva desde hace diez años – dice él-. Te he dicho eso, también. No escuchas. – Pasa por los surtidores de combustible y aparca al lado de la tienda. No hay sombra. El sol cae de pleno. El aire acondicionado del coche funciona a medias. Los dos están sudando. En el asiento de atrás, Biz está jadeando. Hace que parezca que está sonriendo.

- Bueno, deberías dejarlo – dice Mary.

- Y tú deberías dejar esos Little Debbies – dice. No quiere decir esto – sabe cómo de sensible es ella con su peso – pero le sale. No puede evitarlo. Es un misterio.

- Ya no los como – dice-. Ninguno, quiero decir. Ya no.

- Mary, la caja está en el estante de arriba. Un paquete de veinticuatro. Detrás de la harina.

- ¿Estabas fisgoneando? – El rubor se eleva en sus mejillas, y él ve qué aspecto tenía cuando aún era hermosa. Atractiva, en todo caso. Todo el mundo decía que era atractiva, incluso su madre, a quien no le gustaba por lo demás.

- Estaba buscando el abrebotellas – dice-. Tenía una botella de gaseosa de vainilla. De esas con el tapón antiguo.

- ¡Buscándola en el estante de arriba de la maldita despensa!

- Entra y compra la pelota – dice-. Y tráeme algunos cigarrillos. Enróllate.

- ¿No puedes esperar a llegar a casa? ¿No eres capaz de esperar tanto?

- Puedes coger los baratos – dice él-. Esos de marca blanca. Premium Harmony, se llaman. –Saben como mierda casera, pero está bien. Si para ya con el tema.

- ¿Dónde vas a fumar, de todos modos? En el coche, supongo, para que yo tenga que respirarlo.

- Abriré la ventanilla. Siempre lo hago.

- Cogeré la pelota. Cuando vuelva, si todavía sientes que tienes que gastar cuatro dólares con cincuenta centavos para envenenar tus pulmones, puedes entrar. Me sentaré con el bebé.

Ray odia cuando llama a Bizz el bebé. Es un perro, y puede ser tan brillante como a Mary le gusta jactarse cuando tienen compañía, pero sigue cagando fuera y lamerse donde solían estar sus pelotas.

- Compra unos pocos Twinkies ahí dentro – le dice-. O puede que tengan una promoción en Ho Hos.

- Eres tan mezquino –dice ella. Sale del coche y cierra la puerta de un golpe. Ha aparcado demasiado cerca del bloque de hormigón de un edificio y ella tiene que pasar con cuidado hasta que sobrepasa el maletero del coche, y él sabe que ella sabe que la está mirando, mirando cómo siendo ahora tan grande tiene que pasar con cuidado. Sabe que ella piensa que ha aparcado cerca del edificio a propósito, para hacerla pasar así, y puede que lo haya hecho.



- Bueno, Biz, viejo amigo, ahora quedamos tú y yo.

Biz se tumba en el asiento trasero y cierra los ojos. Puede ponerse de pie sobre sus patas traseras y girar durante unos pocos segundos cuando Mary pone un disco y le dice que baile, y si le dice (con voz alegre) que ha sido un niño malo puede ir hasta la esquina y sentarse mirando la pared, pero aún así caga fuera.

Se queda sentado allí y ella no sale. Ray abre la guantera. Manotea en el nido de ratas de papeles, buscando algunos cigarrillos que pueda haber olvidado, pero no hay ninguno. Encuentra un Hostess Sno Ball todavía en su envoltorio. Lo abre. Está tan tieso como un cadáver. Tiene que tener mil años. Puede que más. Puede que provengan del Arca.

- Todo el mundo tiene su veneno – dice. Desenvuelve el Sno Ball y lo arroja al asiento trasero. - ¿Quieres eso, Biz?

Biz devora el Sno Ball en dos bocados. Luego se dedica a chupar pedazos de coco del asiento. Mary se pondría histérica, pero Mary no está aquí.



Ray mira el indicador de combustible y ve que está por debajo de la mitad. Podría apagar el motor y bajar las ventanillas, pero entonces se asaría de verdad. Sentado aquí al sol, esperando a que ella compre una pelota de kickball violeta de noventa y nueve centavos aún cuando sabe que podrían conseguir una por setenta y siete centavos en Wal-Mart. Sólo que esa podría ser amarilla o roja. No lo bastante buena para Tallie. Sólo violeta para la princesa.
Está sentado allí y Mary no vuelve. - ¡Cristo en un pony! – dice. El aire frío sale de los ventiladores. Piensa de nuevo en apagar el motor, ahorrar algo de combustible, y luego piensa, Demonios. Ella no cederá y le traerá los cigarrillos, de todos modos. Ni siquiera la marca blanca barata. Esto lo sabe. Tuvo que hacer esa afirmación sobre las Little Debbies.
Ve a una joven por el espejo retrovisor. Está corriendo en dirección al coche. Está incluso más gorda que Mary; grandes tetas se bambolean hacia delante y hacia atrás bajo su bata azul. Biz la ve acercarse y empieza a ladrar.

Ray baja la ventanilla cuatro o cinco centímetros.

- ¿Está con la mujer rubia que acaba de entrar? ¿Es su mujer? –Suelta las palabras entre resoplidos. Su rostro brilla por el sudor.

- Sí. Quería una pelota para nuestra sobrina.

- Bueno, algo malo le pasa. Se ha caído. Está inconsciente. El Sr. Ghosh cree que podría haber sufrido un ataque al corazón. Ha llamado al 911. Será mejor que entre.

Ray cierra el coche y la sigue dentro de la tienda. Hace frío dentro. Mary está tirada en el suelo con las piernas estiradas, y los brazos a los lados. Está al lado de un cilindro de alambre lleno de pelotas de kickball. El cartel sobre el cilindro de alambre dice “Diversión para el verano”. Sus ojos están cerrados. Podría estar durmiendo allí sobre el linóleo. Hay tres personas de pie a su lado. Una es un hombre de piel oscura con pantalones color caqui y una camisa blanca. Una etiqueta con su nombre en el bolsillo de su camisa dice “SR. GHOSH GERENTE”. Las otros dos son clientes. Una es un hombre delgado sin mucho pelo. Está en los setenta por lo menos. La otra es una mujer gorda. Está más gorda que Mary. Más gorda que la chica de la bata azul, también. Ray cree que por derecho que ella debería ser la que estuviera tirada en el suelo.

- Señor, ¿es usted el marido de esta señora? – pregunta el Sr. Ghosh.

- Sí –dice Ray. No parece ser suficiente-. Sí, lo soy.

- Siento decirlo, pero creo que podría estar muerta – dice el Sr. Ghosh-. Le he hecho la respiración artificial y el boca a boca, pero…

Ray piensa en el hombre de piel oscura poniendo su boca sobre la de Mary. Besándola a la francesa, en cierto modo. Exhalando en su garganta justo al lado del cilindro de alambre lleno de pelotas de plástico de kickball. Entonces se arrodilla.

- Mary – dice-. ¡Mary! –como si la estuviera despertando después de una noche difícil.

No parece que esté respirando, pero nunca puedes estar seguro. Pone su oreja sobre la boca de ella y no escucha nada. Siente aire en su piel, pero probablemente es sólo el aire acondicionado.

- Este caballero ha llamado al 911 – dice la mujer gorda. Sostiene una bolsa de Bugles.

- ¡Mary! – dice Ray. Más alto esta vez, pero no es capaz de gritar, no arrodillado con la gente alrededor de pie. Mira hacia arriba y dice, con tono de disculpa-: Nunca se pone enferma. Tiene la salud de un caballo.

- Nunca se sabe –dice el viejo. Menea la cabeza.

- Se cayó de repente –dice la joven de la bata azul-. Ni una palabra.

- ¿Se agarró el pecho? –pregunta la mujer gorda de las Bugles.

- No lo sé –dice la joven-. Supongo que no. Al menos yo no lo vi. Simplemente se cayó.

Hay un expositor con camisetas de recuerdo cerca de las pelotas de kickball. Dicen cosas como “Mis padres fueron tratados como miembros de la Realeza en Castle Rock y todo lo que me trajeron fue esta asquerosa camiseta”. El Sr. Ghosh coge una y dice-: ¿Le gustaría cubrir su rostro, señor?

- ¡Dios, no! –dice Ray, alarmado-. Podría estar sólo inconsciente. No somos médicos. –Más allá del Sr. Ghosh, ve a tres chicos, adolescentes, mirando hacia dentro por la ventana. Uno tiene un teléfono móvil. Lo está utilizando para tomar una foto.

El Sr. Ghosh sigue la mirada de Ray y se precipita hacia la puerta, agitando las manos. - ¡Chicos, fuera de aquí! ¡Chicos, fuera!

Riéndose, los adolescentes retroceden arrastrando los pies, luego se dan la vuelta y corren pasando por los surtidores hasta la acera. Detrás de ellos, el centro de la ciudad, casi desierto, brilla. Un coche pasa con una cadencia de rap. Para Ray, los graves suenas como el corazón roto de Mary.

- ¿Dónde está la ambulancia? –dice el viejo-. ¿Cómo es que no ha llegado todavía?
Ray está de rodillas al lado de su mujer mientras pasa el tiempo. Le duele le espalda y las rodillas, pero si se levanta parecerá un espectador.

La ambulancia resulta ser un Chevy Suburban pintado de blanco con rayas de color naranja. Las gordas luces rojas están parpadeando. En la parte delantera, está impreso “RESCATE CASTLE COUNTY”, solo que al revés, así puedes leerlo en tu espejo retrovisor.

Los dos hombres que entran están vestidos de blanco. Parecen camareros. Uno empuja un tanque de oxígeno sobre una carretilla. Es un tanque verde con una calcomanía de la bandera Americana en él. – Lo siento –dice-. Acabamos de cubrir un accidente de coche más allá de Oxford.

El otro ve a Mary tirada en el suelo. – Ay, caramba –dice.

Ray no puede creerlo. - ¿Todavía está viva? –pregunta-. ¿Sólo está inconsciente? Si lo está, será mejor que le deis oxígeno o sufrirá daño cerebral.

El Sr. Ghosh menea la cabeza. La joven con bata azul empieza a llorar. Ray quiere preguntarle por qué está llorando, y entonces lo sabe. Ha inventado una historia entera sobre él a partir de lo que acaba de decir. Y por ese motivo, si volviera en una semana o así y jugara bien sus cartas, podría echarle un polvo por compasión. No es que lo vaya a hacer, pero ve que podría. Si quisiera.

Los ojos de Mary no reaccionan al oftalmoscopio. Un técnico de emergencias escucha su inexsitente latido, y el otro toma su inexistente presión arterial. Sigue así por unos instantes. Los adolescentes vuelven con algunos de sus amigos. Otras personas, también. Ray supone que han sido atraídos por las luces rojas parpadeantes encima de la Suburban del modo en que los insectos son atraídos por la luz de un porche. El Sr. Ghosh echa otra carrera hacia ellos, agitando los brazos. Retroceden de nuevo. Luego, cuando el Sr. Ghosh vuelve al círculo que está alrededor de Mary y Ray, vuelven.

Uno de los técnicos de emergencias le dice a Ray-: ¿Era su esposa?

- Correcto.

- Bueno, señor, siento decir que está muerta.

- María, madre de Dios –dice la señora gorda de las Bugles. Se santigua.

- Oh –Ray se levanta. Le crujen las rodillas-. Me dijeron que lo estaba.

El Sr. Ghosh le ofrece a uno de los técnicos de emergencias la camiseta de recuerdo para poner sobre el rostro de Mary, pero el técnico niega con la cabeza y sale. Le dice a la pequeña multitud que no hay nada que ver, como si alguien fuese a creer que una muerta en el suelo de Quik-Pik no es interesante.

El técnico de emergencias tira de una camilla con ruedas en la parte de atrás del vehículo de rescate. Lo hace con un simple tirón de la muñeca. Las patas se estiran completamente. El viejo con el pelo ralo mantiene la puerta abierta y el técnico de emergencias empuja su lecho de muerte rodante dentro.

- Guau, qué calor – dice el técnico de emergencias, secándose la frente.

- Quizá quiera girarse en esta parte, señor –dice el otro, pero Ray mira mientras la suben a la camilla. Una sábana ha sido plegada en el extremo de esta. La estiran del todo, hasta que está sobre el rostro de ella. Ahora Mary parece un cadáver de los de las películas. La hacen rodar hacia el calor. Esta vez, la mujer gorda de las Bugles sostiene la puerta para ellos. La multitud se ha retirado hasta la acera. Tiene que haber tres docenas de personas de pie al fuerte sol de agosto.

Cuando Mary está guardada, los técnicos de emergencias vuelven. Uno sostiene un sujetapapeles. Le plantea a Ray cerca de veinticinco preguntas. Ray es capaz de contestar a todas excepto la de la edad de ella. Luego recuerda que es tres años más joven que él y les dice que treinta y cinco.

- Vamos a llevarla al St. Stevie –dice el técnico de emergencias del sujetapapeles-. Puede seguirnos si no sabe donde está.

- Lo sé –dice Ray-. ¿Qué? ¿Quieren hacer una autopsia? ¿Cortarla?

La chica de la bata azul lanza un gritito. El Sr. Ghosh la rodea con su brazo, y ella apoya su cara en la camisa blanca de él. Ray se pregunta si el Sr. Ghosh se la tira. Espera que no. No a causa de la piel oscura del Sr. Ghosh, sino porque le dobla la edad.

- Bueno, no es decisión nuestra –dice el técnico de emergencias-, pero probablemente no. No murió desatendida…

- Y que lo digas –interviene la mujer de las Bugles.

- …y es bastante claramente un ataque al corazón. Probablemente podrá llevarla a la funeraria casi inmediatamente.

¿Funeraria? Hace una hora estaban en el coche, discutiendo. – No tengo una funeraria, una parcela para la tumba, nada. ¿Qué demonios? Tiene treinta y cinco.

Los dos técnicos de emergencias intercambian una mirada. – Sr. Burkett, habrá alguien que le ayudará con todo eso en el St. Stevie. No se preocupe por eso.



La furgoneta de emergencias se va con las luces todavía parpadeando pero con la sirena apagada. La multitud en la acera empieza a disgregarse. La dependienta, el viejo, la mujer gorda, y el Sr. Ghosh miran a Ray como si fuera alguien especial. Una celebridad.

- Quería una pelota de kickball violeta para nuestra sobrina –dice-. Va a cumplir años. Tendrá ocho. Se llama Talia. Tallie para acortar. Se le llamó así por una actriz.

El Sr. Ghosh toma una pelota de kickball de la cesta de alambre y se la alarga a Ray con las dos manos. – Invita la casa –dice.

- Gracias, señor –dice Ray, intentando sonar igualmente solemne, y la mujer de las Bugles rompe a llorar. – María, Madre de Dios –dice. Le gusta esa.

Se quedan de pie un momento, hablando. El Sr. Ghosh saca refrescos del frigorífico. También tienen de estas en casa. Beben sus refrescos y Ray les cuenta unas pocas cosas sobre Mary. Les cuenta como hizo un edredón que ganó el tercer premio en la feria de Castle County. Eso fue en el 2002. O puede que en 2003.

- Eso es tan triste – dice la mujer de las Bugles. Las ha abierto y está compartiéndolas. Comen y beben.

- Mi mujer se fue mientras dormía –dice el hombre del pelo ralo-. Se tumbó en el sofá y nunca se despertó. Llevábamos casados treinta y siete años. Siempre había esperado irme primero, pero ese no era el modo que deseaba el buen Señor. Todavía puedo verla allí tumbada en el sofá.

Finalmente, a Ray se le terminan las cosas para contarles, y a ellos se les terminan las cosas para contarle. Los clientes están entrando de nuevo. El Sr. Ghosh atiende a algunos, y la mujer de la bata azul atiende a otros. Entonces la mujer gorda dice que de verdad se tiene que ir. Le da a Ray un beso en la mejilla antes de hacerlo.

- Ahora necesita ocuparse de sus asuntos, Sr. Burkett – le dice. Su tono es a la vez de reprensión y coqueto.

Mira el reloj sobre el mostrador. Es del tipo que tiene un anuncio de cerveza. Han pasado casi dos horas desde que Mary se deslizó entre el coche y el lateral de ladrillos color ceniza del Quik-Pik. Y por primera vez piensa en Biz.

Cuando abre la puerta, le golpea el calor, y cuando pone la mano sobre el volante para apoyarse la retira con un grito. Tiene que haber cincuenta grados aquí dentro. Biz está muerto de espaldas. Sus ojos están lechosos. Su lengua sobresale por un lateral de su boca. Ray puede ver un atisbo de sus dientes. Hay pequeños pedazos de coco atrapados en sus bigotes. Eso no debería ser divertido, pero lo es. No lo bastante divertido como para reírse, pero divertido.

- Biz, viejo amigo –dice-. Lo siento. Olvidé que estabas aquí.

Una gran tristeza y diversion le recorren mientras mira al asado Jack Russell. Que algo tan triste sea divertido es una vergüenza.

- Bueno, ahora estás con ella, ¿no? –dice, y esto es tan triste que empieza a llorar. Es una tormenta fuerte. Mientras llora, se le ocurre que ahora puede fumar donde quiera, y en cualquier parte de la casa. Puede fumar justo en su mesa del comedor.

- Ahora estás con ella, Biz –repite a través de las lágrimas. Su voz suena congestionada gruesa. Es un alivio sonar adecuado a la situación. – Pobre vieja Mary, pobre viejo Biz. ¡Maldita sea!

Todavía llorando, y con la pelota de kickball todavía metida bajo el brazo, vuelve al Quik-Pik. Le dice al Sr. Ghosh que olvidó comprar cigarrillos. Piensa que puede que el Sr. Ghosh le dé un paquete de Premium Harmony invitando la casa también, pero la generosidad del Sr. Ghosh no llega a tanto. Ray fuma todo el camino hasta el hospital con las ventanillas cerradas y el aire acondicionado puesto.

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